Las personas familiarizadas con el mundo Sorkinense (también creó “The West Wing”) sabrán que el guionista está obsesionado con dos cosas: “walk and talk” esa forma muy estadounidense de caminar mientras se discuten asuntos importantes y la leonización de grandes hombres que por miedo de su oratoria cambian el mundo.
Tal vez Sorkin finalmente ha escuchado las críticas sobre la forma en que sus personajes femeninos están siempre al servicio de los hombres y en “Being the Ricardos” con Lucille Ball ha creado quizás el personaje más complejo de su carrera.
Claro está, esto no podría haber sucedido sin el trabajo de Nicole Kidman. A pesar de no ser la gemela de Ball, Kidman logra algo trascendental, captura el espíritu de la comediante. Es importante notar que en la cinta, Kidman no está haciendo de Lucy Ricardo, ese personaje en blanco y negro conocido por sus muecas y expresivos ojos. En las escenas donde vemos los ensayos o cortas escenas del programa, Kidman muestra una destreza cómica que muy pocas veces se le permite en pantalla (hemos visto destellos de esto en “Moulin Rouge!” y “Bewitched”).
La Kidman verdaderamente poderosa aparece cuando se concentra no en Ricardo sino en Ball, la actriz australiana logra recrear el timbre de la voz ronca de Ball, ese tono que indica años de fumar, pero que además nos cuenta de las décadas que le ha tomado a ball ascender a la posición de poder que ocupa.
Hace algunos años, Kidman apareció en “Genius” junto a Colin Firth y Jude Law, en dónde interpretó a la diseñadora de vestuarios Aline Bernstein cuya trama gira en torno al novelista Thomas Wolfe de Law, es refrescante verla al fin interpretando a un genio propio. Además de su talento como comediante y productora (gracias a Ball y Arnaz existe “Star Trek”), en “Being the Ricardos” vemos a una mujer perfeccionista hasta el punto de la obsesión. En una escena tan divertida como perturbadora, Ball llama a sus co-estrellas William Frawley y Vivian Vance (J.K Simmons y Nina Arianda, ambos brillantes) en medio de la noche para ensayar una escena que han practicado toda la semana. Algo hace falta, indica Ball.
En dónde no falta nada es en la actuación espectacularmente sutil de Kidman, cada paso, movimiento y palabra claramente han sido ensayados minuciosamente. Esto no se convierte obvio por medio de una actuación temerosa o extremadamente reverencial, sino por que entendemos que Ball era exactamente esa persona. Alguien que sabía muy bien que su carrera, independientemente de su genio, dependía de un mundo en el que seguía siendo una excepción.