CRÓNICA FILMIN

La Casa de Gaga

MGM / courtesy Everett Collection

Por Jose Solís

 

En más de alguna ocasión, al referirse a su investigación y creación de personaje durante la reciente gira de prensa con el motivo del estreno de “La casa Gucci”, la actriz Lady Gaga ha explicado cómo estudió gatos, panteras y otros felinos para entender la mente de Patrizia Reggiani, el personaje que interpreta.

 

Basta verla aparecer por primera vez en pantalla para entender a lo que se refiere.

 

Patrizia camina hacia la oficina que comparte con su padre, un empresario dueño de camiones, mientras los trabajadores a su alrededor le gritan piropos y cumplidos. Más que con pasos, Gaga se mueve a caderazos que seducen y al mismo tiempo la alejan defensivamente de sus admiradores. Llevando tacones de aquí al cielo, su Patrizia, entendemos, es un personaje hecho para ser inmortal, ella no toca el suelo.

 

La joven ve su sueño de inmortalidad realizado al casarse con Maurizio Gucci (Adam Driver) el heredero de una de las marcas de alta costura y accesorios más prestigiosos del mundo. Más de una vez en el transcurso de la cinta, Patrizia nos recuerda que ascendió del mundo terrenal de los Reggiani para convertirse en una Gucci. Cuando lo hace señalando su enorme anillo de bodas causa risa y también inspira piedad, su vida entera se convierte en ser parte de la familia Gucci.

 

A pesar de que la cinta del director Ridley Scott no ahonda en la psiquis de sus personajes, ni en el legado de la casa Gucci (no entendemos nunca el por qué de la importancia de la marca a menos que seamos lectores de “Vogue”), Gaga se impone cómo una fuerza dominante, que al igual que la verdadera Reggiani, que terminó contratando a sicarios para matar a su marido, se especializa en desafiar expectativas sociales y de género.

MGM / courtesy Everett Collection

Mientras la cámara de Dariusz Wolski contempla a Gaga vestida en atuendos de Janty Yates (inspirados en diseños icónicos de Gucci) la actriz se muestra renuente a verse como un accesorio más. Su interpretación excava en donde la cinta no toca terreno.

Si bien es cierto que en muchos ámbitos se considera la sobre-actuación como la “mejor” actuación, y Patrizia parece un personaje sacado de un melodramón post-neorrealista (me muero por ver a Gaga hacer de Anna Magnani en un biopic) basta solo una rápida búsqueda de YouTube para descubrir que Gaga no ha hecho más que emular fielmente el look y el acento de Reggiani. No se trata de un invento con un fin puramente histriónico, sino un fiel retrato de cómo Patrizia aparece frente al mundo.

Dónde Gaga penetra es en dónde Scott, casi temeroso, no entra: en aquellos espacios liminales dónde termina Gaga y comienza Reggiani. Rara vez se nos muestra una mujer temerosa, pero si vemos una mujer enamorada, desesperada por conservar lo que tanto le ha costado.

Si bien nunca vemos bien cómo se manufacturan los productos Gucci, es Gaga quien se convierte en una metáfora de lo valioso que es uno de los productos de la marca italiana. Al igual que los bolsos y finos zapatos, Gaga muestra opulencia sin dejarnos ver los pliegues, ni las costuras. Patrizia resplandece de forma que se nos olvida lo que sabemos de la preparación de la actriz.

 

En las manos de una actriz menos sensible, Patrizia podría haberse convertido en una pseudo-Lady Macbeth, en una mujer obsesionada con el poder de tal forma que nunca se da cuenta de cuando cruza la línea entre el bien y el mal. Con Gaga vemos ese camino seductor en una memorable escena dónde la desesperada madre y esposa encuentra refugio en los consejos de una adivina (una Salma Hayek espectacular) con la cual habla por teléfono en la televisión. En ese momento los ojos de Patrizia denotan esperanza, es un momento ridículo elevado por la humanidad con que Gaga se aproxima a Patrizia. Quizás ni siquiera ella conocerá nunca los motivos que llevaron a Reggiani a convertirse en criminal, lo cierto es que en ese momento no importa, Gaga atraviesa la distancia entre el espectador y la pantalla y se comunica con nosotros. Es un recuerdo del privilegio que existe entre el actor y su público, un elemento lujoso pero completamente invaluable.

*Las opiniones y contenidos aquí emitidos corresponden al crítico José Solís y no reflejan la postura, misión y visión del Museo para la Identidad Nacional.

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