En El Parque la Concordia

Estaba en 2do de ciclo en el Hibueras, cada mañana tenía que levantarme ayudando a mi mamá con la molida del maíz y las tortillas antes de irme al colegio, pero antes, siendo la mayor de mis hermanos, me tocaba hacerme cargo de que ellos llegaran bien y presentables a su escuela que gracias a Dios me quedaba de paso, ellos estudiaban en el Álvaro Contreras, una vez que me aseguraba que tomaran café, llevaran la tarea y se vieran limpios, tomábamos camino bajando la Sagastume.
Mi madre la recuerdo cada día como una mujer noble y totalmente pulcra, era mi máximo ejemplo y mi motivación todas las mañanas, cada día que despertaba cansada, solo pensaba que, si hacia lo que ella me decía, seguro yo algún día sería una gran mujer como ella y podría sacarnos adelante, sacarnos del hoyo en el que vivíamos, que, sin menospreciar mi aldea y mi origen, siempre apunté más allá.
Mi mamá era perfecta para mí, una mujer leal, transparente, noble, solidaria, respetuosa y con grandes principios, ella era lo más puro que mis ojos han visto, sin embargo, tenía un defecto, no sabía enamorarse.
Mis tres hermanos y yo, producto del enamoramiento prematuro que mi mamá entregaba a los hombres, tristemente todos sufríamos con ella. A veces, pienso que su corazón era tan grande y sus sentimientos tan sinceros, que nunca se dio cuenta quien realmente merecía su compañía.
El circulo vicioso estaría llegando a su fin, cuando el padre de mi tercer hermano, me rompería el alma una noche alrededor de las 9:00 pm que de un golpe azotó a mi preciosa madre contra las láminas que envolvían la casa, destruyendo la pared y tumbando el delicado cuerpo de quien, en vida, fue una mujer de gran corazón que ahora su cuerpo ya reposaba entre escombros.
Nunca olvidaré el momento en que yo abrazaba fuertemente a mis hermanos mientras de lejos miraba los ojos de mi madre apuntando en nuestra dirección, aunque no salió ni una sola palabra de su boca delirante, entendí que me daba la orden de salir huyendo de ahí, sus ojos se apagaron mientras yo sentía que la vida se me iba, al mismo tiempo que empezaba la marcha cuesta abajo con dos niños en brazos y uno que me sujetaba del pantalón pidiéndome que lo chineara.
Mis hermanos lloraban y gritaban, atrayendo la atención de la bestia, era justamente eso, ¡Una Bestia!
Les decía a mis hermanos que se callaran y puse a correr a los dos más grandes mientras el más pequeño se aferraba a mí, sentía eterno el camino, necesitaba llegar a los dolores y pedir ayuda en el Core, pero no logré llegar, sentí como una palma grande y pesada caía sobre mi nuca, enredando sus turbios dedos en mi trenza convirtiéndome en la yegua detenida.
Les grite a mis hermanos que pidieran ayuda y que se fueran, que no volvieran, – ¡váyanse! ¡váyanse! –
Mientras poco a poco mis trapos comenzaban a desprenderse de mi cuerpo en garras de un asesino… deseaba morirme, deseaba irme con mi madre en el instante que mi pecho conoció una mano masculina. Me levantó del suelo mientras mi cuerpo estaba erizado del frio y me jaloneaba llevándome al parque la Concordia, ahí, sentí que tenía las horas contadas, realmente esperaba que me matara antes de presenciar algo peor que me dejaría muerta en vida, más de lo que ya estaba en ese momento.
Empezó llover, ya sin si quiera luchar para evitar más golpes, yo me sentía como zombi, me dolía la cabeza, no podía pensar, era como estar drogada y solo pensaba en mi madre y mis hermanos, me aventó al suelo nuevamente y cuando se quitaba la camisa y venia sobre mí, un rayo cayó en el parque, se llenó de luz de manera impresionante, recuerdo que el gritaba de manera desgarradora ¡Perdón! ¡Perdón! Y siendo su cara de terror mi última visión, me desmaye…
Cuando desperté, estaba en un hospital, ahí estaba mi abuela y mis hermanos, un policía me hizo muchas preguntas sobre qué había pasado esa noche en el parque, yo súper confundida le dije lo que recordaba y muerta de curiosidad pregunté qué había pasado.
Nadie supo explicarme, de hecho, aun nadie sabe que paso.
Al llegar los policías a la concordia, me encontraron frente a la escalinata principal, esa típica escalinata donde nos tomaban la foto de promoción del sexto grado, me encontraba en una posición casi que de descanso más que de desmayo, mientras buscaban daños y evidencias del suceso, encontraron el cuerpo de mi agresor frente a una de las representaciones Mayas con el pecho destruido, como si este hubiera sido perforado, más lo impactante fue, encontrar una parvada de zopilotes devorando un corazón frente a la estela posterior.
Regresé al parque un par de años después, sentí que tenía algo pendiente en aquel lugar, no tuve que buscar mucho, vi a los ojos aquel ser de piedra que una noche de lluvia me salvo por medio de un rayo, le di las gracias más profundas y emprendí mi camino lejos de aquel lugar.
Relato anónimo.
Tegucigalpa, 1982


