En Danlí

“CUENTAN POR AHÍ hace muchos años, un cura, párroco de la ciudad de Danlí, el sacerdote Olayo Salgado que estaba cerca del portón de la Iglesia, en una noche de luna llena, dispuso regresar cuando descubrió frente a la Cruz del Perdón, construida fuera de la Iglesia, a una extraña mujer vestida de blanco que parecía esperar con impaciencia al sacerdote.
Buenos días, dijo el buen sacerdote. La mujer permaneció callada y ante la indiferencia de la extraña, insistió. ¿Qué deseas hija mía? ¿Puede servirte en algo este pobre mortal? La mujer dejó ver a la luz de la luna su tez que mostraba una palidez indefinible, sus ojos que se perdían en la profundidad de las cuencas y una mueca de amargura en su boca. Rompiendo su mutismo exclamó: He venido a esta hora para que escuche mi confesión… No puedo estar tranquila padre. El padre Albino se percató de inmediato de que aquella mujer era un alma en pena y con voz temblorosa por la presencia sobrenatural sólo alcanzó a decir: Hoy… hoy no… no puedo confesarte hija…
La mujer alzando sus brazos largos y delgados, se cubrió la cabeza con una chalina negra y murmuró: Está bien… está bien… Mañana estaré aquí a la misma hora. Acto seguido caminó hacia la plaza principal y desapareció poco a poco.
En esos mismos instantes, negros nubarrones cubrieron la luna, dejando una oscuridad sobrecogedora en el pueblo, mientras que del cerro San Cristóbal, pareció escucharse un lamento prolongado que inició espeluznantes aullidos de los perros que custodiaban las casas vecinas a la Iglesia.
El padre Albino, casi corriendo regresó a su habitación, y con el Rosario entre sus manos, pidió al Todopoderoso, la gracia del perdón, para aquella alma en penas. Al día siguiente se armó de valor, cuando despertó de nuevo a la misma hora.
Cuando llegó a la plaza el reloj dio las tres de la mañana, y su sorpresa no tuvo límites, al ver que la mujer lo estaba esperando tal como lo había dicho, frente a la puerta de la Iglesia. Temblando de pies a cabeza, el cura abrió la puerta de la Iglesia, y llegó hasta el lugar donde dormía el sacristán a quien despertó apresuradamente, solicitándole ayuda para encender las velas que iluminarían el altar mayor. Se cuidó de no decirle nada al sacristán, quien en verdad se imaginó que ya había amanecido. Cuando la Iglesia estuvo iluminada, el sacerdote se arrodilló ante la imagen de Jesús Sacramentado, pidiéndole valor para confesar a la mujer que lo esperaba en el confesionario. Padre misericordioso que estás en los cielos, permíteme confesar a esta desventurada mujer, y dadme el valor suficiente para ¡llevar a cabo la confesión! …”
Este relato es tomado del Libro de Cuentos y Leyendas de Honduras, Tomo II de Jorge Montenegro,. Si querés terminar de leer la historia, te compartimos el enlace:
https://es.slideshare.net/…/cuentos-y-leyendas-de…
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